Los vascos vivimos muchas confusiones de origen político, algunas de mayor calado que otras y es que la conceptualización de algunos términos necesita adaptaciones, son términos manoseados y tergiversados por la necesidad de tratar con sencillez la complejidad política, y sobre ellos hay dos que destacan en modo superlativo, Estado y Nación.
Uno de los mayores alientos para el vasquismo, es sin duda la torpe mezcla que el Estado Español hace de la nacionalidad española, que es, según parece, la única capaz de engendrar una nación y de esa nación su fruto el Estado Español. Básicamente el sentimiento español mezcla el Estado y la nación hasta hacerlos indistinguibles y conmutar la una por la otra, porque cuando se critica al Rey, ¿Qué se critica, el Estado o la Nación? ¿Es el Rey un representante del Estado o de la nación Española? ¿Es el Rey representante de la nación vasca? ¿De su nacionalidad? ¿Existiría la nación española sin un Estado, tal como existe la nación vasca sin tal instrumento? Es prácticamente imposible en la sociedad española referirte al Estado, sin que el interlocutor entienda que estas dañando su hecho nacional.
Para una gran mayoría de españoles el Estado es en sí, un producto de la nacionalidad española, el Estado existe para dar cobijo a la nacionalidad española y eso proporciona un cuerpo legal que posibilita que la nación no vea amenazada su existencia. Además otorga derechos, muchos, uno de ellos permite a la mayoría Española, mostrarse al mundo como un Estado uninacional, otro permite a una mayoría social moverse por el Estado hablando solo su lengua mientras el resto tiene la obligación de tratar a un sujeto de esa mayoría en su lengua. Parece ser que el resto de nacionalidades no son capaces de engendrar un Estado, son creaciones imperfectas que no tienen la grandeza de la nacionalidad española.
En la educación del individuo medio de la sociedad española, con excepciones, la diversidad es molesta y es problemática, no es riqueza cultural, sino una forma por la que “otros” podrían acceder a tener algunos derechos que fuesen molestos. Se produce por tanto en la sociedad española una filiación entre el Estado y la nación que imposibilita a otros sentimientos nacionales sentirse cómodos y apreciar el Estado en su elemento constitutivo.
Se produce una graciosa insistencia de las frases mágicas “¿Que pone en tu D.N.I.?”, “todos somos españoles” o “España ya existía con los romanos” que someten a una absurda simplificación de la compleja red de los sentimientos nacionales. No existe la concepción de que los vascos podemos estar a gusto quizá, en un Estado donde no tengamos que hacernos españoles a la fuerza.
Aun negándolo algunos, existe la consciencia de que el proyecto Español es básicamente una gran Castilla, una forma en la que la mayoría castellano-andaluza ha reflejado en un Estado su modelo de nación.
En España el Estado defiende a la nación, protege una nacionalidad y legisla contra las demás. ¿Alguien se imagina a jueces del supremo rasgándose las vestiduras cuando Rajoy arengaba contra la nacionalidad Catalana recogida, por cierto, en la Constitución? ¿Alguien puede creer que el espectáculo del juez Llarena no tiene un 90% de nacionalismo español y un 10% de trabajo judicial? En el Estado Español sus nacionalidades sólo pueden existir como elementos folklóricos, no como elementos identitarios nacionales “inter-pares” que comparten una misma entidad política, que sería la clave de la paz social en España.
Un diseño de Estado vasco y su propuesta política debe ofrecer el Estado no como producto de la existencia de la nación de los vascos, sino como producto de su sociedad, unida por la voluntad de formar parte de la misma y proteger nuestro común denominador, el fuero. Un Estado en el que un sentimiento colectivo mayoritario nacional vasco, convive con otros sentimientos minoritarios en condiciones de igualdad legal.
El vasquismo debe dejar claro que el objetivo es la creación de un Estado que guarde y proteja los derechos de los ciudadanos, de modo que el Estado se conforma en un instrumento legal y aséptico, el Estado no debe estar conformado para exigir una nacionalidad, ni para hacer vascos a los que no lo sienten, sino ser una adscripción a un conjunto de leyes y normas.
Una oferta de Estado sobre nación, ley sobre identidad, es la única forma de crear una entidad deseable para un tejido social diverso. Un Estado es un cobijo de derechos, no un escaparate de una nacionalidad, es el garante de las libertades. El proyecto del vasquismo pasa por dejar claro que no solo defiende la foralidad o la cultura vasca, sino que su proyecto de Estado es un reflejo de su sociedad, un Estado que no es de nadie en particular, una lugar sin propietarios.
Por que los vascos no tenemos que crear una nación, la tenemos, está aquí entre nosotros, en su diversidad está su fuerza, porque una sociedad diversa que vive cohesionada es una nación imbatible. De hecho si mañana mismo, los vascos aparte de nación tuviesemos nuestro propio Estado soberano, nuestra nación no cambiaría, sería fruto de su sociedad igual de diversa.
La nación de los vascos no es una tribu del siglo I, ni una suma de personas con decenas de apellidos vascos, ni una identidad que implique cual es la forma correcta de ser vasco. La nación no la forman la bandera, el himno y los símbolos, no la nuestra. La nación vasca es la suma de las voluntades individuales de los miembros de su sociedad de formar parte de la misma y buscar un futuro común en el equilibrio de las posibilidades que mayor autogobierno o un Estado propio nos den, todo apoyado sobre la foralidad que es la primera (y única) Constitución de los vascos. Por eso nuestra nación solo puede engendrar un Estado que sea reflejo de su diversidad.